La prensa se llenó con la noticia que diera Ferrán Adriá de que cerraría su restaurant el Bulli por dos años para darse tiempo para estudiar y meditar.

Muchas cuartillas de admiración fueron publicadas Faltó quizás alguna que diera otro enfoque.

Leí en estos días una nota muy pequeña de alguien que alegaba que las verdaderas razones que están detrás del cierre son de tipo económicas. Problemas con los dueños anteriores del restaurant.

A mi Ferrán Adria me ha parecido ( por lo que he visto en las entrevistas) un personaje muy amable e incluso modesto. No me gusta cuando se endiosa a la gente . Creo que los primeros en no agradecerlos son los propios afectados: les generan unos estándares de conductas con los cuales es difícil de vivir.

La reseña que les copio salió hoy en Babelia y la verdad es que me pareció jocosa. La escribe Manuel Rodríguez Rivero en su columna «Sillón de Orejas».

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO SILLÓN DE OREJAS
Llaman a rancho
06/02/2010
Probablemente me la gane con este comentario, de manera que ya tengo mi burka king size planchadito y listo para salir por pies y de incógnito. Si, después de esto, me llamaran por teléfono para invitarme a mi decapitación, lo único que deseo reiterarles a mis improbables lectores es que ha sido un placer estar con ustedes y con Max durante tantas semanas. Y, ahora, a lo que iba. Miren: a mí la que se ha montado con lo del anuncio del cierre temporal de El Bulli me parece una pasada. Hubo un momento, tras tanto ditirambo y lamentación, y con la noticia aventada urbi et orbi desde la primera del Financial Times, que lo único que faltaba es que el Ministerio de Cultura (Gobierno de España) decretara tres jornadas de luto oficial con la bandera a media asta en todos los Institutos Cervantes. Ya sé que razono como un plebeyo, y que resulta más improbable (aunque no imposible) encontrarme a mí en El Bulli que a Isabel Preysler en un transbordo de la línea 1 (Valdecarros-Pinar de Chamartín) del metro de Madrid. Tengo en cuenta también mi proverbial resentimiento, mi incapacidad para sumergirme en las «experiencias religiosas» a cargo de «sumos sacerdotes» doblados en «alquimistas» de la alta gastronomía. Tampoco excluyo que -a pesar de mi lectura de Foucault (véase Las palabras y las cosas, Siglo XXI, capítulo sobre ‘Las Meninas’)- no haya comprendido nunca los vínculos secretos que unen la obra maestra de Velázquez con el santuario de Ferran Adrià. No ignoro que el taller del genial artista (me refiero al cocinero, no al pintor) recibe anualmente visitas de peregrinos de todo el mundo que acuden a Cala Montjoi («meca gastronómica en una escondida cala», según una edición antigua de la Michelin) a cumplir con el imperativo de comer allí al menos una vez en la vida (¿he escrito «comer»?: ¿acaso todavía puede llamarse así a una experiencia que se acerca a la Gesamtkunstwerk, la obra de arte total por la que suspiraba Richard Wagner?). Leo en la declaración de principios implícita en la «síntesis de la cocina de El Bulli» (www.elbulli.com) que en ella no se excluyen «la descontextualización, la ironía, el espectáculo, la performance», lo que me hace pensar que, una vez más, me he quedado en el desván de la historia a cuenta de, pongamos, tan sólo 200 euros el cubierto (¡ajj!, qué asco: hablo de dinero). Intento sumergirme, para comprender, en las notas y dibujos de Adrià que ha publicado la revista Matador (letra M), aunque no consigo -¡ay de mí- que esos bocetos (por los que, seguramente, pujarán los museos del mundo) me ayuden a descifrar el significado de la obra adrianesca en la misma medida en que los cuadernos de Klee o Dubuffet me iluminan la de esos dos artistas. Pero, aun siendo consciente de mi (quizás congénita, y en todo caso psicoanalizable) incapacidad de comprender, me veo obligado a insistir: lo de la cobertura mediática del cierre temporal («para reinventarse») del templo de la gastronomía molecular me ha parecido una pasada. Por lo demás, y mientras aguardo el (seguramente) merecido castigo, me consuelo (re)leyendo el fascinante Oberman de Senancour en la nueva edición publicada por KRK, que ha utilizado la traducción que Ricardo Baeza realizó para la (aún hoy) increíble colección Universal de Espasa-Calpe (1930). Espero que, cuando acabe el capítulo que ahora me ocupa, ya habrá logrado su temperatura ideal la sutil espuma de Kentucky fried chicken acompañada de mousse de botifarra amb mongetes (y reducción de panceta al jerez) que me he preparado hace un rato. Seguro que es una fiesta para los sentidos.

3 comentarios en «Un comentario sobre el cierre del Bulli»

  1. hablando más seriamente, he leído – y me lo creo – que la crisis de ese «cocinero» pudiera tener como causa principal el hecho de que introducía en los alimentos a ingerir productos tóxicos, lo que explicaría el «repensamiento» antes de que le saliera algún comensal intoxicado demandándolo

  2. Recibí una nota de un lector en término bastante ofensivos con respecto a esta nota. Si no la publico es porque no deseo comentarios descalificantes en mi blog. Pienso que cada quien está en su derecho en opinar lo que siente. La descalificación simplemente cierra todo tipo de diálogo.
    Con respecto al restaurant el Bulli debo decir que no he ido a comer nunca simplemente porque no he logrado conseguir reservaciones ya que tienen una demanda tremenda. De modo que no tengo manera de opinar sobre lo que allí se come.
    A diferencia de la persona que escribió, no me basta con que me diga alguien de la Michelin que este restaurant ha recibido tales y cuales premios. La clasificación Michelin no es un dogma de fe-por lo menos no para mi.
    La retirada y los términos en los cuales se anunció el retiro de Bulli a mi parecer no son del todo claros. Pero eso es por que intento leer entre lineas y no me limito a tomar por cierto lo que aparece publicado.
    Simple sentido crítico.

  3. Tampoco he tenido el «gusto» de comer en el Bulli, pero tengo la idea que es toda una puesta en escena circense, donde el comensal se «maravilla» con la ilusión gustativa y óptica desde luego.
    Tiendo a la corriente de Santi Santamaría, es decir me inclino por lo clásico, lo auténtico, lo genuino y de gran calidad en los ingredientes.
    Le pasó a Blumenthal, todos los comensales salieron intoxicados un buen día y tuvo que cerrar puertas por un tiempo.
    Lo de Adría levanta suspicacias y nada de raro tendría que retorne a oficiar sin tanto artificio.

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