
En mi adolescencia leí con fervor, mas bien, con absoluta devoción a Italo Calvino a quien sigo considerando uno de los más grandes escritores . En su libro «Malcovaldo» narra las aventuras de un personaje sencillo y bonachón, amante de la naturaleza, que le toca vivir en una ciudad industrializada. Observador acucioso de la naturaleza, se obstina en buscar los cambios propios de las estaciones dentro del ambiente urbano , lo cual se acompaña indefectiblemente de algún chasco.
En su primer cuento, se percata que en un minúsculo triángulo de grama cerca de su edificio están creciendo unos hongos. En plena ciudad llena de tráfico y contaminación, un reducto de vida campestre que podría , al llegar las primeras lluvias, concretarse en una gran recogida de hongos…
El cuento viene a colación porque el otro día me asomé por la ventana de la habitación y vi, en el terreno baldío que tengo justo frente a casa, una pareja mayor que descendía de un lujoso Mercedes Benz y buscaban algo en la tierra y lo recogían. Y se volvían a agachar y recogían…
La curiosidad que tanto me caracteriza hizo que me precipitara escalera abajo mientras pensaba en que excusa podría esgrimir para justificar emplazar a esta pareja y preguntar por sus andanzas.
El pretexto perfecto lo encontré al final de la escalera: mi perro. Lo desperté bruscamente y le dije: «Braulio, ¡ seguro que tienes que ir a hacer pipí!» .

Salí, perro en mano, crucé la calle y di una vuelta estrategicamente trazada para quedar frente a la pareja , que venía de regreso cargada. La pregunta fue innecesaria. Traían muchas pero muchas matas de..ACELGAS.
Les pregunté si eran acelgas salvajes ( sólo a mi se me ocurre una pregunta así…). Me contestaron que aquellos terrenos habían sido zonas de cultivos de acelga hace muchos años atrás. A pesar de la urbanización y el avance del cemento, aquel pañuelo de tierra que afortunadamente se mantiene como zona «verde», seguía produciendo acelgas gracias a las raíces que se conservaban en la profundidad.

«Venimos todos los años desde hace 30 años a buscar acelgas a este terreno. Antes vivíamos en este pueblo pero ahora estamos viviendo en Madrid y pasamos cuando visitamos los hijos».
¡ Que verguenza!… Yo vivo enfrente y ni siquiera me había dado cuenta del tesoro que tenía al cruzar la calle… Les dije: » ¿Ustedes vienen desde Madrid a recoger MIS acelgas??» . Nos reímos y me fuí a buscarles a casa una poco ecológica bolsa de plástico para que colocaran las plantas y no llenaran de tierra su elegante coche.
Mientras veía la silueta del automóvil en el horizonte le dije a Braulio, que seguía medio aturdido: «¡ Te agradeceré infinitamente que de ahora en adelante escojas mejor el lugar para hacer de las tuyas!…»