En una reciente visita a Lisboa, hicimos una parada obligatoria a la tienda de los pasteles de Belem, que se encuentra al lado del hermoso monasterio de los Geronimos. Su historia es- como suele ocurrir con estos productos emblemáticos- una suerte de leyenda que se pierde en los tiempos y que incluye tradición, secretismos, saga familiar… Todo lo necesario para que el turismo fluya como un Tajo en miniatura por los infinitos salones llenos de mesas dispuestas a recibir a los visitantes.
El interior de este negocio es un reflejo de Lisboa: viejo, algo decadente , tapizada de hermosos azulejos que recuerdan la gloria pasada de esta ciudad de mar y grandes marineros.
Los pasteles son deliciosos y deben comerse recién sacados del horno, con su hojaldre crujiente, y espolvoreados con azúcar glacé y canela. el interior es una natilla bien homogénea. Es difícil comer mas de dos .
Y es que toda Lisboa en una contradicción. Se recorre como quien deshoja una margarita: una esquina se ama, la siguiente se odia… Los hoteles, algunos de aspecto señorial, tienen tarifas que superan con creces la media europea; sus museos son pequeñas joyas; los restaurantes , aún los recomendados, sirven en líneas generales pésima comida; la vieja ciudad tiene esquinas imponentes; los lisboetas tiene poco roce social y hay una tendencia a agredir a los turistas… En fin: te amo, no te amo, te amo, no te amo….
Estuvimos en agosto ahí mismo comiéndolos y la verdad me parecieron caros para lo pequeños que son. Coincido contigo en que los Gerónimos es imponente!!
Un saludo!!