
Sucedió durante una recepción en el palacio real, en el cóctel previo al almuerzo. El rey don Juan Carlos, que departía con los invitados entre croquetas y las lonchas de jamón, se acercó a saludar a Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia, ahora recién nombrado marqués de Castrillón, y al verme a su lado el Rey, enterado de que yo había dejado un compromiso previo para asistir a este acto, me abrazó efusivamente para agradecérmelo. Sorprendido por esta actitud tan espontánea, dije:

Si todo el tiempo que he pasado en el café Gijón lo hubiera dedicado a estudiar piano tal vez le habría hecho la competencia a Arturo Rubinstein. Entré por primera vez en esa botillería una tarde lluviosa de domingo, en otoño de 1960. En medio de una niebla de humo se movían tres filas de fantasmas agolpados al pie de la barra alargando los brazos hacia los camareros para reclamar el cortado con leche fría o el chato de tinto con una banderilla o unos cacahuetes. La ración de jamón estaba aún más lejos en el horizonte que la gloria literaria, pero pronto llegaría el momento en que Alfonso Paso y Miguel Mihura, después de un éxito en el teatro, saludarían a sus enemigos con una cigala en la mano.
1 comentario en «Los cafés literarios de Vicent: Café Gijón de Madrid»