Todos los años, para las fechas de Sant Jordi, la amurallada ciudad de Montblanc, en Catalunya, se engalana para recibir a miles de visitantes que vienen a vivir una experiencia retro.
Es un viaje en el túnel del tiempo : aquellos tiempos condales de arte románico, del duro quehacer diario de los campesinos, de guerras, caballeros , trovadores y alguno que otro peregrino se entremezclan en el marco de una pequeña ciudad que vive a plenitud su rol mediador.
Los locales se visten con sus mejores galas, se realizan espectáculos , cabalgatas, lecturas de cartas por parte de brujas y ventas de artesanías.
La comida y la bebida son grandes protagonistas: hay ventas de «panes de Sant Jordi», dulces de todo tipo, panes campesinos preparados en hornos de leña, muchísimos tipos de embutidos ( excelentes, por cierto) y productores de quesos de la zona pirenaica, Galicia y Aragón.
Se remata el día en unas comelonas comunitarias de carnes a la brasa y donde las manos son los únicos cubiertos permitidos; el todo bañado por buenos caldos de la comarca (denominación Conca de Barberá).