Todo empezó con una mandarina. Unas, para mayor exactitud.
La otra tarde, camino a casa, vi como en un campo de lo que yo pensaba que eran naranjas, había un grupo de recolectores. Detuve el coche y pregunté. No eran los dueños. Eran jornaleros contratados para la faena de recolección y no eran naranjas, como yo había pensado. Eran una hermosas mandarinas. Mientras conversaba con una de las trabajadoras, el aroma a mandarina me fue envolviendo y juré que regresaría al día siguiente a contactar al dueño para poder comprarle unas cuantas.
Al día siguiente llegamos con los trabajadores en plena faena y el dueño aún no estaba. De modo que nos pudimos a pasear campo adentro. Es increíble que en pleno diciembre todavía hay tanto verdor. Pienso en Durbán. Es como si la naturaleza no tuviera muy claro que debe hacer.
Encontramos desde los otoñales hongos, aceitunas sin recoger, flores primaverales y muérdagos que anuncian las navidades. De pronto, vimos un rebaño de ovejas. Tendrán que perdonar mi entusiasmo. Entiendo que salta a la vista que soy una citadina trasplantada al campo desde hace muy poco. Pero quizás justamente por eso, el exceso de urbe parece haberme sensibilizado a tal punto que al ver aquellos animales, me abalancé ( previo permiso del pastor) sobre ellas. Las mas grandes fueron las más asustadizas. No aceptan la cercanía de los desconocidos. Pero las mas jóvenes se acercan encantadas en busca de afecto. Dí con un bebé de días de nacido. La combinación perfecta: un corderito necesitado de afecto encuentra a una aspirante a granjera. Lo besuqueé tanto que terminé por pedirlo en adopción. Jordi, el pastor, le causó mucha gracia mi instinto merinomaternal.
Nos despedimos para continuar nuestra ruta por los campos repletos a estallar de cítricos. Transitamos por un camino que hizo las delicias de Braulio, nuestro perro de ciudad de mas de 4 millones de habitantes, que dedicó su tiempo a reencontrarse con su olfato y fisgonear en madrigueras de conejos mientras pisaba con sus grandes patas las huellas dejadas por diversos pájaros.
La presencia de un caracol nos recordaba la cercanía al mar y, al regresar sobre nuestros pasos, la torre del Parc Sama nos anunciaba que estábamos llegando al fin del paseo. Y entonces, el objetivo del paseo, se hizo realidad: conseguimos a uno de los responsables del gran campo de mandarinas que nos permitió recoger los más hermosos ejemplares ( los cuales pagamos a un precio irrisorio). Hacernos cargo de la recolecta incrementó aún más el placer de llegar a casa con 18 kilos de fruta…
Tuvo que ser un paseo precioso por lo que cuentas, y ahora ¿qué vas ha hacer con tantas mandarinas?
Jajaja. Pues mira:
1. Todos los días tomamos zumo recién exprimido y el de mandarina es nuestro favorito. Además, aprovechamos la temporada y preparamos 3×1, o sea, exprimimos naranja, mandarina y granada ( con el mismo exprimidor).
2. Hay una receta muy venezolana que es la sopa de calabaza con madarina: preparas una sopa de calabaza (aproximadamente un litro) y le agregas 1/2 vaso de zumo de mandarina. Pruébala: es una verdadera delicia.
3. Son mi meriendita favorita: una fruta de temporada a media mañana o a media tarde.
El corderito entendiò rapidito que terminarìa en un sabroso plato de cordero lechal a la mandarina. Se dejò besuquear…y se diò a la fuga!
Los espero en el sur de Italia para que fotografìen unos cuantos platos extraordinarios (antes de deleitarse con ellos).
Besos!
Antes de ir al Sur de Italia donde sabemos que nos esperan buenos amigos y muchas pero muchas burrata , neonati y gamberi rossi, tienen que ustedes venir por estos lados…
Unas fotos muy bonitas, sobre todo las que sales tu con los corderitos en brazos. hermosas fotod