Acabo de visitar con mi ahijada Ana y con Leonor el Spa del Meridien RA que se encuentra en el Vendrell, a pocos pasos de la cada de Pau Casals . Es un sitio maravilloso donde nos
consintieron, mimaron, masajearon y alimentaron de manera saludable (dignas seguidoras Montignac….). Quedamos como nuevas , recién sacadas del celofán, …
Por cierto, la única prohibición
chocante en el centro
era la de
tomar fotografías… No pude evitar tomarle una al portero que me puso muy mala cara…
No he sido nunca de ir a estos lugares pero debo admitir que he quedado prendada. Lo digo por razones extrictamente médicas: el cuello pasó de ser una tabla de planchar a lo que debió ser cuando era un ser
libre del cacareado «estres y escuatro» . De modo que cuando hoy leí este artículo sobre las aguas Evian y hotel Royal Resort en el bello lago Leman, muy pero muy cerca de Ginebra (sniff..sniff) me entraron una ganas burbujeantes de sumergirme en aquel paraje helvético al mejor estilo de diva retirada del cine mudo americano…
Los placeres del agua
Texto de Jaume Collell
Fotos de Àlex Garcia
El nombre de Evian nace de un pueblecito francés, a orillas del lago Leman, pero es conocido sobre todo como marca de agua mineral. La fuente de la que mana, descubierta a finales del siglo XVIII, inspiró la construcción del portentoso hotel Royal, que ofrece un amplio servicio como balneario, junto al disfrute de actividades y degustaciones, asociadas al universo del agua.
La sofisticación humana, específicamente francesa, ha encontrado en el agua una forma más de deleite, equiparable no tan sólo a las veleidades del vino, sino casi a las del perfume. En Evian, una pequeña población de apenas 8.000 habitantes situada en la orilla sur del lago Leman, en la Alta Saboya, el hotel Royal Resort cumple un siglo de servicio. Partiendo de la popular fuente Cachat, que albergó los primeros baños termales, el hotel es hoy dispensario de placeres acuáticos, desde tratamientos corporales hasta una completa carta de deportes de agua y nieve.
La fuente de Evian es descubierta por el conde Jean-Charles de Lazier, en 1789, dentro de los jardines de Gabriel Cachat. El noble huye de la revolución francesa y está aquejado de cálculos renales. Por aquel entonces, la Alta Saboya es un Estado independiente. Tras comprobar los beneficios del acuífero, De Lazier se instala con su familia en la cercana Lausana para continuar disfrutando de las curas. El conde canta las virtudes del agua a su médico, el doctor Tissot, quien, después de analizarla, empieza a prescribirla a sus pacientes como remedio natural. Se trata de un agua alcalina, equilibrada, que contiene calcio y magnesio, pero pocas sales minerales.
Dedicado a Eduardo VII
A partir de 1830, en el reputado centro de peregrinaje, al que acude la alta burguesía europea, se empieza a embotellar el precioso líquido. En 1859, se constituye la Sociedad de Aguas Minerales Naturales Evian, que en 1909 inaugura el entonces denominado hotel Royal Palace. Los promotores dedican la edificación al rey Eduardo VII de Inglaterra, en un afán, también muy francés, de rescatar el guillotinado pasado azul, coronación napoleónica al margen. No obstante, el pobre monarca inglés sufre un infarto tras fumar un cigarrillo y fallece en 1910, sin tener la oportunidad de probar las delicias del balneario.

El hotel sobresale, solemnemente encaramado sobre el perfil de la modesta población que se asoma a las aguas lacustres, quietas, saludando a la olímpica ciudad de Lausana, que se divisa al frente. El núcleo de Evian es pequeño pero suntuoso, repleto de chalets y palacetes de aire decadente, un espacio propenso a la eternidad, para permanecer en él y sentirse dulcemente triste y relajado.
Un modesto funicular transporta a los ciudadanos desde el paseo del lago hasta el hotel. La fuente Cachat conserva un caño de agua permanente, público, del que los lugareños se abastecen. Allí guardan cola, religiosamente, recipiente en mano, desde el ama de casa al veraneante deportista. Ambos han acumulado ya unas horas de sudor matutino.
Asimismo, el pueblo cuenta con unos baños termales, también públicos, a los que acude gente de toda condición. Destacan, junto al teatro y el casino, el palacio Lumière, antiguo establecimiento termal, convertido hoy en sede de exposiciones, y la villa Lumière, actual sede del Ayuntamiento, que debe su nombre al fotógrafo Antoine Lumière, padre de los inventores del cinematógrafo. El hombre compró la villa en 1896 como residencia de verano.
El Leman, conocido también como lago de Ginebra, distribuye sus encantos entre Suiza y Francia. Sus 70 kilómetros de largo, curvados como un apetitoso cruasán, apenas alcanzan los doce kilómetros de anchura. El viajero puede practicar allí la vela, o atreverse con el rafting o el barranquismo en las revueltas corrientes de los afluentes. Los largos meses de nieve, más allá del estricto invierno, permiten acercarse a Megève o Chamonix-Mont Blanc, estaciones de esquí de primer orden.
Siete millones de envases diarios
En Evian, la empresa de aguas tiene su enorme planta embotelladora, que factura de seis a siete millones de envases diarios. Mil trabajadores atienden por turnos la cadena de producción, que funciona las veinticuatro horas del día a lo largo de todo el año. Diez rutas de ferrocarril que se van bifurcando desde la factoría, y dos por carretera, distribuyen el producto. Unas vías llegan hasta los puertos de El Havre y Amberes, y otra conecta con una ruta fluvial por el Ródano.
Pero la empresa Evian, que pertenece al grupo Danone, junto a las españolas Font Vella y Lanjarón, está preocupada por el cuidado del privilegiado entorno en el que basa su negocio, desde los humedales y los puntos de recogida de agua, hasta los efectos derivados de la actividad agrícola de la zona. Los acuerdos con los ganaderos permiten el funcionamiento de dos plantas de producción de metano. Así, por la fermentación de los excrementos vacunos, se obtiene biogás, un energía renovable con la que se alimenta la calefacción de las escuelas y los gimnasios municipales.

En muy pocos enclaves como en Evian puede apreciarse el contraste entre la Francia ostensiblemente agrícola y obrera y la Francia rocambolesca, que tiende al capricho como un adolescente. El hotel Royal cuenta en la actualidad con 150 habitaciones dobles. Los 690 euros sin IVA que cuesta una noche de estancia, más los 25 euros del desayuno, son abonados por los clientes particulares, que representan la mitad del 62% de la ocupación media anual. La otra mitad corresponde a grupos que organizan actos de naturaleza económica o empresarial.
También abundan las reuniones políticas. En el Royal se firman los llamados acuerdos de Evian, en 1962, por los que se pone fin a la guerra de Argel, y el G-8 celebra su cumbre en el 2003. En los años locos de entreguerras, pasan por el establecimiento desde Greta Garbo a Serguei Diaguilev.
La leyenda registra incluso una fugaz estancia de Errol Flynn. Durante la Segunda Guerra Mundial, el edificio alberga tanto a oficiales italianos y alemanes, primero, como a soldados aliados convalecientes, después. Un violento incendio en 1958 le obliga a cerrar dos años.
En sus colchones y entre sus sábanas se han acurrucado, entre otras celebridades, Mstislav Rostropovich, Ray Charles, Henry Kissinger, BB King, Ringo Star, Phil Collins, Samuel Jackson, Yehudi Menuhin, Claudia Cardinale, Barbara Hen dricks, miembros de la realeza como la reina de España, Beatriz de Holanda o Alberto de Mónaco y, naturalmente, tótems de Francia como Jeanne Moreau, Michel Platini, François Mitterrand, Valéry Giscard d’Estaing o el inquieto Nicolas Sarkozy.
En Evián, el agua es la síntesis entre primitivismo y exquisitez.
Una sesión de eaunologie
De repente, en la terraza del hotel, Dominique Laporte, que es presentado como sumiller, realiza una insólita degustación de aguas. El maestro bautiza el encuentro como una sesión de eaunologie. Un público variopinto, formado por orientales y occidentales, atiende a la lección. Los chinos, más convencidamente; los europeos, presos de escepticismo. Cinco vasos numerados, con un dedo de agua cada uno, invitan a imaginar las diferencias. ¿No se nos había dicho que el agua era incolora, inodora e insípida? Pues ahí está el eaunólogo para desmentirlo.

Examinar el color, el olor, el primer sorbo, el medio sorbo y el regusto final se parece a una cata de vino aunque, con perdón, sólo en el ritual. Después, se habla de mineralidad, frescura… El agua número cuatro es con gas. Bueno. Al menos se perciben las burbujas, pero ojo con el tamaño, deben estar perfectamente integradas y no conviene que exploten con demasiada contundencia en el paladar. Ahora se habla de sodio, calcio y magnesio. El agua mineral, asegura el sumiller, no se sirve en recipientes muy largos. Mejor, anchos y abiertos, para que el líquido bañe toda la lengua. Se acaba la sesión. Pura delicuescencia.
Siguiendo la estela de la distinción, Evian cultiva una línea de diseño de sus envases. Son ediciones limitadas de botellas, como la que tiene forma de gota de agua o las que llevan el sello de los modistas Christian Lacroix y Jean Paul Gaultier. Esta marca de agua pretende convertirse en el Moët Chandon de las bebidas minerales y ocupar un espacio exclusivo en el minibar de la habitación de hotel. Como refinamiento final, aparecen los mócteles, es decir, los cócteles de agua. Así, el H2O se mezcla tanto con esencias de fruta o verdura como con sirope de rosas, té verde, yogur, tabasco u otros ingredientes. ¿Qué más puede ofrecer el país del rococó, capaz de tanta pirueta con un líquido tan elemental?